sábado, 28 de febrero de 2015

Rabietas


Ya he contado en más de una ocasión que durante la primera rabieta de Leo acabé llorando. Estaba tan desconcertada, asustada, preocupada al ver a mi hijo en ese estado... Me sentía absolutamente impotente por no poder ayudarle. Estuvo llorando mucho rato; muy fuerte, muy desesperado. Para mí estaba claro que sufría, y mucho. No quería que le habláramos, ni que le cogiéramos, pero tampoco que nos fuéramos. Al final conseguí calmarle con la teta.

El origen de la rabieta fue que se despertó de la siesta llorando, como casi siempre, y quiso que le volviéramos a dormir, paseándole en el carrito (siempre se echaba la siesta en el carro, igual que ahora su hermana). Al ver que no, que le cogíamos y le sacábamos de allí, se desencadenó todo. ¡Leo siempre ha tenido muy mala leche al despertar de la siesta!

Dicen que las rabietas van más o menos de los 2 a los 4 años. Si esto es verdad, con Leo nos queda poco ya. Tiene 4 años y 4 meses y sigue teniendo algunas, aunque ni tan fuertes ni tan largas como antes. Él empezó antes de los dos años. Revisando entradas antiguas he encontrado esto (aquí el enlace):

El domingo tuvo una fortísima de unos 40 minutos. Qué mal lo pasa él y qué mal nosotros. Pierde totalmente el control, entra en bucle, no sabe ni lo que quiere, te mira y te llama como pidiendo ayuda pero no soporta que le toques... Grita, tose, se ahoga, es como quisiera expulsar algo que tuviera muy dentro y muy pegado en el interior de su cuerpo... El desencadenante es lo de menos, a los 10 minutos ya ni se acuerda; pide algo, tú se lo das pero él reacciona como si le quemaran vivo... Y así una y otra vez... Hasta que de repente pide otra cosa (brazos, teta, que le pongas dibujos...). Lo haces, y... milagro, la rabieta termina de repente tal como empezó.

Quiero escribir un post sobre ellas porque realmente creo que vivirlas es muy duro, al menos lo está siendo para mí. Y creo que hay algo de confusión entre rabietas y "simples" berrinches. Leo es cabezón como él solo, y berrinches, enfados, o como lo llame cada una, tiene mil y más cada día... Pero las rabietas son otra cosa. De lo que yo hablo es de algo que desde luego no tiene nada que ver con llorar para conseguir algo que quiere.

Efectivamente, en el caso de Leo las rabietas son una auténtica pérdida de control, una especie de crisis de histeria o ansiedad. Hoy en día, cuando tiene una, incluso te dice: ¡¡¡es que no puedo, mamá, no puedo calmarme, no puedo dejar de llorar!!! Y da saltos y agita los brazos mientras dice (sin dejar de llorar): ¡¡¡ayyyy ayayayay...ay!!!, con la cara desencajada.

Hace mucho encontré un articulito en un blog que guardé como un tesoro. Es éste, leed porque merece la pena. Cita a Aletha Soler para diferenciar tipos de rabietas:

1. El niño tiene una necesidad básica (hambre, sueño...).

2. El niño tiene información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos encontramos: no entiende que tenemos que ir al médico y quiere jugar más en el parque, para él eso es lo importante (los niños son egocéntricos por naturaleza hasta los 3-4 años al menos, es una fase normal), no comprende por qué cogemos una caja de cereales en vez de otra...

3. El niño necesita descargar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas.

La autora del artículo dice que no encuentra situaciones recriminables en ninguno de los tres casos. Yo estoy de acuerdo. De hecho de cada una de las situaciones se puede aprender mucho.

Cuando Leo tenía dos años sus rabietas eran casi siempre del tipo 1 y algunas veces del tipo 2. Dos años después, las rabietas del tipo 1 y 2 han disminuído (que no desaparecido) y las del 3 han aumentado.

Leo podía estar una hora llorando porque no podía coger 5 cuentos a la vez para trasladarlos a otro sitio. No entendía por qué no podía. Sólo sabía que quería hacer eso. Era imposible explicárselo, esa explicación estaba fuera de su alcance, de su comprensión. Además sólo gritaba y gritaba, con lo cual no te podía oir.

Cuando empezó el colegio, descargaba tensiones por la tarde de mil maneras distintas, ¡se inventaba los berrinches y las rabietas, los sacaba de la nada! Siempre había una razón para liarla... Esto es más normal de lo que parece, muchos niños son "muy buenos” en el cole y por las tardes los padres alucinan recordando lo que les cuenta la profesora mientras ven cómo su hijo se tira al suelo poseído por el demonio.

Este artículo de Rosa Jové, Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite, es muy bueno también. Al principio todo este tema puede provocarte frustración, porque lees que realmente no hay nada que hacer para que tu hijo no tenga rabietas, lo único que puedes hacer es trabajar contigo misma para comprenderle a él y tomártelas tú de la mejor manera posible. Las rabietas son sanas, son expresiones de emociones, y si permitimos que un niño pequeño exprese sus emociones y no las perciba como algo negativo, aprenderá a ser empático, a ser asertivo, a ser sincero, a ser comunicativo. Podemos pensar que no es bueno ni sano expresar de esta forma las emociones, con gritos, pataletas, con rabia y llantos... pero esto lo sabemos los adultos, y lo sabemos simplemente porque hemos aprendido que hay otras formas de expresarse. Poco a poco los niños también iran aprendiendo a expresar las cosas de otra forma, pero es que en las primeras rabietas a veces no saben ni hablar, tenemos que tener paciencia. Con todo y con eso, muchos adultos parece que no han superado la etapa de las rabietas, habría que ver si les dejaron de pequeños expresarse con libertad y sin coacciones. ¡Sería interesantísimo poder hacer un estudio así!

Naomi Aldor habla también de esto en su libro Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos, ed. Medici. Un libro que te hace pensar mucho, altamente recomendable. Utiliza el concepto de validar las emociones. ¿Y qué es validar? Pues es magia. Sí, magia.

Validar es lo contrario a negar o minimizar los sentimientos del niño. Validar es decir “¿te has hecho daño, por eso lloras?” en vez de “no ha pasado nada, ¿a que no?”, cuando un niño se cae. La validación es escuchar al niño, ayudarle a verbalizar sus sentimientos aunque sea a través de tu voz. Permitir que se exprese y hacerle notar que le comprendes y que no está mal que se sienta como se siente.

Cuando Leo lloraba porque quería algo, o cuando llora Nora ahora, es increíble cómo se rompe la dinámica de la rabieta al decir “tú quieres ir al salón, ¿verdad? No quieres dormir y quieres ir a jugar al salón. Ya.” (por poneros en situación, 2 de la mañana, tercer despertar.... por ejemplo). Y esa frase la dices de verdad, con calma y mirando a tu hijo a los ojos. Sin dramas, sin elevar la voz.

Y el niño para de llorar. Abre mucho los ojos, te mira... y asiente. En su idioma te está diciendo: "¡¡¡Sí!!! ¡Me comprendes! ¡Me siento comprendido, sabes lo que me pasa!". Es la caña, de verdad, probadlo. No os saltéis ese paso, no vayáis directamente al “no podemos quedarnos aquí porque tenemos que...”. Decid primero “tú quieres quedarte aquí, ¿verdad? Ya, es que te lo estás pasando bien y te pone triste irte. Yo también quisiera quedarme”.

Una frase de Naomi Aldor sobre la validación es “cuando los niños perciben que pueden mostrarse como son, que pueden sentir lo que sienten y cuando se dan cuenta de que nos importa su punto de vista, suelen crear la solución a su propio problema, o hacer las paces con la realidad”.

La cuestión es que lo que importa es lo que siente el niño, no cómo lo expresa. 



Ahora sí, no esperéis milagros. A mí, después de validar, me salía el: “...pero nos tenemos que ir porque...” ¡Y ese “pero” lo jodía todo, jajaja! Pero como dice Naomi, la validación es su propio resultado. No es un método para controlar el comportamiento del niño. El resultado es que el niño se siente seguro sintiendo y expresando plenamente sus sentimientos. Y esto es, en todo caso, una inversión a futuro.

Al final, los truquitos son lo único a lo que podemos agarrarnos para pasar esta etapa sin perder toda nuestra dignidad. Algunos que a nosotros nos han servido (o que pienso que son acciones muy positivas) son:

-Evitar la rabieta. Éste lo dice mucho Rosa Jové, y es el más efectivo... Y el más difícil. La maniobra de distracción suele funcionar cuando son pequeños. No llevarles a sitios que les estresan o les excitan, no pasar por delante de una tienda de chuches si sabemos que van a pedir y que no les vamos a dar. En fin, este recurso yo creo que lo utilizamos todos a veces. Yo personalmente intento explotarlo al máximo, aunque hay que ser previsora y a mí no se me da muy bien.

-Darle poder y libertad en su vida. Sí, aunque sea un bebé. No mantenerle “atado” con normas y normas y normas... no imponer prohibiciones absurdas, dejarle elegir todo lo elegible. Puede parecer que así favorecemos las rabietas y no al contrario, pero si un niño se siente libre, se siente con poder... ¿para qué va a montar rabietas para conseguir las cosas? No tendrá necesidad de expresarse así. Esto no quiere decir que si crias así a tu hijo no tenga rabietas. Para mí la personalidad del niño es lo que más influye. Pero creo que criar hijos reprimidos no nos lleva a nada bueno, y en la medida de lo posible yo intento que no lo estén demasiado, teniendo en cuenta que tienen que cumplir a lo largo del día infinidad de normas.

-Permanecer a su lado sin agobiarle y respetar en la medida de lo posible sus necesidades. Algunos niños reclamarán brazos, pero en muchas ocasiones no quieren ni que les toques. Leo concretamente no quería que le tocáramos ni que le habláramos, pero sí que le miráramos, que le prestáramos atención. Él solía mirarnos fijamente mientras lloraba, como pidiéndonos ayuda o como si fuéramos su tabla de salvación en el océano, y si apartábamos la vista se ponía más histérico aún. Habrá gente que diga que hay que retirarles la atención, hacer como si no estuvieras fijándote... Bueno, yo pienso que hay que hacer lo que al niño le ayude, y no veo ningún problema en eso. Cuando Leo se ha hecho más mayor sí he probado a veces lo de “mira, Leo, yo estoy aquí, cuando dejes de llorar y gritar te ayudo, así no puedo hacer nada”, y me siento a leer una revista y ya. Pero es que de verdad que no puedo hacer nada más, no es teatro. Y él ya entiende lo que le digo, estoy hablando de los 3 años para adelante. En cualquier caso, si él reclama que yo esté a su lado, que le hable, yo lo intento, y digo intento porque a veces no se le entiende nada o con cada cosa que digo se cabrea más y tengo que retirarme un poco aunque le moleste. Como véis, depende mucho también de la situación concreta.

-Validar emociones. Como he explicado antes, es pura magia.

-No hablar demasiado. No es el momento de soltarle una chapa, y menos con tono enfadado. En todo caso después, aunque cuando son muy pequeños, dos añitos, por mi experiencia tampoco sirve de mucho pero bueno, no está de más hacerlo. Eso sí, no esperes que te haga caso. Parece una tontería pero no, no puedes pretender eso, quizá cuando lleves 800 millones de veces repitiendo lo mismo, lo asimilará, coincidiendo con el momento exacto en el que se supone que lo asimilan todos, para dejarte con la duda de por vida de si gastaste toda esa saliva en vano. Cuando ya son más mayores, como Leo ahora, pues ya sí se pueden explicar más cosas, claro. E incluso yo “me meto” en medio de la rabieta para intentar cortarla, hablándole, pidiéndole que se calme...

-Ofrecerle alternativas si es posible. Aquí de nuevo habrá mucha gente que diga que eso es malcriar, dejar que él gane... Pero cuando te liberas de toda esa carga heredada te das cuenta de que aquí no hay ganadores y perdedores, y de que el miedo no nos lleva a ningún sitio. No veo peligro en decirle a mi hijo que no se preocupe o que no se enfade porque no podemos sacar las témperas ahora, que si quiere podemos hacer otra cosa que yo sepa que le gusta y que es más factible en ese momento. Aunque él esté berreando y chillando. Si no penalizamos automáticamente esta expresión de sentimientos, veremos que como padres podemos hacer muchas más cosas por nuestros hijos y que podemos ser un poco más felices todos. Eso no quita para que poco a poco le vayamos inculcando que también nos podemos expresar sin gritos y llantos, incluso aunque estemos enfadados. Y digo también, no “en vez de”. A veces no es malo gritar, y mucho menos llorar. Yo suelo decir que me molestan los gritos, que me hacen pupa en los oidos y que por eso todos tenemos que intentar no gritar, para no hacernos daño los unos a los otros.

-Cuentos sobre emociones y hablar sobre emociones. Si un niño sabe lo que es estar enfadado, triste, nervioso, con miedo... aprenderá a reconocer esas emociones, las comprenderá y tendrá más recursos ante sus propias frustraciones y enfados. Además, cuando controle el lenguaje podrá decir cómo se siente.

-Relativizar. Desde que soy madre, este verbo es un mantra. Sobre todo desde que soy madre de dos. Nada es tan grave, no hay consecuencias fatales, todo pasa.

-Sentarse y no hacer nada mientras no pierdes la calma. ¡Éste es el mejor, jajaja! El estado zen es el objetivo final. ;-) No perder tú la calma, no explotar porque, con perdón, entonces la has cagado (yo la cago continuamente, ejem...). Además los niños perciben nuestras tensiones y las reproducen en sus propias acciones. En otras palabras, cuando peor estás tú, más cabrón estará él! ;-) Hay que hacer borrón y cuenta nueva, poner el contador a cero, y vuelta a empezar.


En definitiva, de todo se aprende, y de las rabietas también, y mucho. Para mí la clave somos nosotros, los padres; cómo nos las tomemos. Sin miedos, sin sentimientos de culpa, sin rechazar la expresión de sentimientos de nuestro hijo y con infinita paciencia. Intentando cada día comprenderle mejor y ayudándole en su aprendizaje emocional. Ese aprendizaje emocional es uno de nuestros mayores retos ahora con Leo, creo que entramos en una nueva etapa que durará mucho... ¡y que promete ser apasionante! :-D

¡Feliz maternidad!

jueves, 26 de febrero de 2015

Hablando sobre el espacio, la gravedad y las farolas



A mi hijo le gusta darme besos muy apretados, de esos que hacen daño (¡y mucho, a veces!). Le gusta que yo se los dé también así.

Me pide muchos besos y me da muchos besos. También abrazos. Me amenaza cuando se enfada diciéndome: ¡no voy a estar nunca más contigo! Me quiere, me necesita, le gusto. Dice que quiere dormir siempre conmigo. Hoy me ha dicho que estoy muy guapa.

Llora si le grito, si le hablo con desprecio o dureza, si le pilla de sorpresa mi hastío. Es tan inocente... No hay atisbo de mala intención en nada de lo que hace. Sí hay ganas de jugar, de desfogar, de liberar todo eso que guarda dentro de sí mismo, demasiado adentro para mi gusto.

Es muy sensible y si estamos mal él está mal, es decir, se porta mal. Llama nuestra atención y nos avisa a su manera: estoy aquí, ni se os ocurra dejar de ser como sois siempre, no me gusta lo que percibo, voy a ver si reaccionáis... 

Me cuenta cada vez más cosas, lo que aprende en el colegio, lo que piensa. Pregunta, corre, ríe, quiere volar. Es feliz. Creo que lo es. 

Llora muy fuerte cuando llora. Y muy de repente. Y con mucho sentimiento. Igual que su hermana; los dos exprimen el llanto a conciencia.

A su hermana la quiere de una forma especial y única. No duda en quitarle un juguete o en hacerla de rabiar, pero hace muchas concesiones con ella y la busca para jugar. Y cada noche llora porque ella no quiere darle un beso y un abrazo al irse a dormir (cosas de la reafirmación de los dos años, y también que a ella le gustan suaves, los besos).

Se enfada, se frustra, se pone rebelde y hay un momento de no retorno en el que la rabia le domina. A veces le pasa lo mismo pero en una especie de subidón de adrenalina y risas locas.

Se expresa con el lenguaje de forma muy correcta, a sus cuatro años ya habla muy bien. Razona, deduce, bromea, pregunta... Ahora usa mucho el "ójala...", pero el pretérito imperfecto de subjuntivo se le resiste aún. Hablamos, conversamos, sobre inquietudes y reflexiones de lo más variopintas.

Se sorprende y se excita con las cosas más cotidianas, salta de alegría (literalmente y muchas veces seguidas). ¿A qué edad dejan de saltar de alegría los niños? Espero que muy tarde.

Se divierte tanto, de forma tan fácil... con las cosas más sencillas. Y se aburre tanto a la vez... cuando lo único que quiere es estar con su papá y con su mamá, que juguemos con él, que tomemos la iniciativa, que le llevemos y le traigamos...

Es tan niño, y tan mayor a la vez... Avanza tan rápido... Siempre he dicho que es un niño de ritmo lento, pero de repente pienso en todas las cosas que han cambiado en el último año, en todo lo que ha evolucionado, y es sorprendente.

Su amor es tan, tan incondicional que me siento en deuda con él todo el rato. Sólo quiero cuidarte, sólo quiero que seas feliz.

Gracias por darme tanto. Por enseñarme tanto, cada día.

miércoles, 11 de febrero de 2015

La otra historia o El nacimiento de Leo (y IV)

Leo estuvo encima de mí apenas unos minutos, quizá 5 o 10. Estaba tranquilo, despierto, aún no mamaba. La pediatra volvió y le auscultó por segunda vez. Entonces se lo llevó, seguía oyendo ruido en su respiración y había que vigilarle porque había echado el meconio dentro de mí. -¿Es necesario?, pregunté. Tenía la esperanza de que al volver ella ya no oyera nada. No sé qué me respondió, algo así como con suficiencia, y me miró con cara de “¿eres tonta?” Ahí empezó mi historia de amor con esa tipa.

O. se fue con Leo y yo me quedé allí con la ginecóloga. Me cosió la episiotomía; yo le pregunté cuántos puntos me había dado. También expulsé la placenta, con mucha facilidad, y pedí que me la enseñaran. ¡Era grandísima! Estaba contenta, no sé si por efecto de las hormonas. Muchas veces he pensado si sería oxitocina lo que me pusieron por vía en el último momento, cuando usaron la ventosa, y si ese “extra” hizo que me quedara tan feliz, felizmente drogada... Pero quizá fue simplemente suero y el subidón era el propio del parto natural. El caso es que yo estaba bien, recuerdo que O. me subió de la cafetería una porción de tarta de chocolate que yo le pedí y que me supo a gloria (¿y cuándo narices me la subió? Supongo que después de salir con Leo, no sé).

Allí me quedé, sola, con mi tarta, medio a oscuras porque las persianas seguían bajadas... Esos momentos los recuerdo como extraños, me encontraba tan bien... Creo que yo misma estaba sorprendida de lo bien que estaba. Llegaron dos enfermeras y me dijeron que me bajaban a planta ya. Una de ellas me empezó a subir el respaldo de la cama y como estaban hablando no se dio cuanta de que eso avanzaba y no paraba... ¡y yo me estaba doblando! Fue un poco surrealista, yo no sabía qué hacer, no sé por qué no dije nada, y de repente ella se dio cuenta y lo paró y nos echamos a reir las tres... Todo muy raro.

Al bajar a planta ya vi a padres y suegros. Le pedí a mi padre un bocata de jamón de la cafetería, antes de que la cerraran porque era ya tarde. Y al poco rato llegó O.

Leo estaba bien, lo del ruido al respirar estaba ya controlado. Pero no me lo podían traer porque tenían que controlar el quiste.

“El quiste” es un quiste que le vieron a Leo en la ecografía de la semana 38, ecografía que entra dentro del protocolo de la diabetes gestacional. En aquel momento nos dijeron que no sabían exactamente dónde estaba, si más hacia el abdomen, en el hígado... Pero que habría que esperar a que naciera y que no nos preocupáramos. Y así ignorantes y felices nos quedamos, sin imaginarnos que esa mierda de quiste iba a provocar una separación tan larga.

Aún intento entender por qué y no lo consigo. Sé que antes o después pediré el historial de mi parto y de todo lo que pasó después para tener más datos, porque quiero saber. Lo curioso es que fuimos nosotros los que le dijimos a la pediatra, justo después de nacer, cuando le estaban examinando en la habitación, que Leo tenía un quiste visto en ecografía y que nos habían dicho que después del parto se lo mirarían. Quizá si nos hubiéramos quedado calladitos ni se hubieran dado cuenta, pero claro, ¿cómo no íbamos a decirlo? Si yo hubiera sabido lo que iba a pasar después...

A O. le dijeron en neonatos que yo no podía dar el pecho a mi hijo, que no se podía alimentar por vía oral hasta que no vieran dónde estaba ese quiste. Le pusieron una sonda nasogástrica. No sé con qué le alimentaron pero a mí no me dijeron nada, ni se me ocurrió preguntar, qué cosas... No sé si le darián leche de fórmula por vía, no sé si eso se puede hacer, y de verdad os digo que prefiero no saberlo de momento porque si la respuesta es que sí, me van a dar ganas de quemar el hospital. ¿Pero qué comió entonces durante todas esas horas? No sé qué prefiero pensar, mejor no pienso nada...

Era ya de noche así que mi hijo iba a pasar su primera noche de vida en neonatos. Cojonudo. Cuando O. me lo dijo me eché a llorar. Yo sólo quería ir a verle. Después de un buen rato esperando una silla de ruedas que no llegaba decidí ir aunque fuera a rastras.

Y allí estaba, con esa sonda tan fea... en una cunita, solo. Por supuesto empecé a llorar según le vi. Una enfermera me preguntó si quería cogerle. ¡Claro! Me lo dio y el pobre empezó a llorar, buscando la teta... Con tanto cable no podía sostenerlo bien... Se le desenganchó la pinza del pie... Se liaba con la sonda... Suavemente la enfermera me sugirió dejarle en la cuna de nuevo. Y le dejé. Y me fui.

Y supongo que debería haberme quedado a su lado, toda la noche. O que debería haber preguntado qué le estaban metiendo por vía. O algo. Pero yo estaba destrozada y sólo lloraba. Nos acostamos y comenzó la noche más horrible de mi vida. Ni siquiera la recuerdo bien. No sé si dormí, sé que lloraba y lloraba cada rato, no sé, fue una pesadilla, yo sólo quería estar con mi niño, me sentía rota.

Se supone que en ese hospital la unidad de neonatos es abierta 24 horas para los padres. Y ciertamente nadie me prohibió el paso. Pero tampoco nadie me invitó a entrar, nadie me explicó que podía entrar en cualquier momento aunque fueran las 4 de la madrugada, nadie me dijo: intenta cogerle de nuevo más tarde, quizá se quede dormidito en tus brazos.

Nadie me ayudó ni me hizo sentir mejor de lo que estaba. Nadie en ese hospital se preocupó por lo que estaba viviendo yo en ese momento.

Sé que debería haber actuado de otra manera. No me culpo, pero sé que podría haber estado más tiempo con él, a su lado. Pero mi hijo pasó su primera noche, una noche entera, muchas horas, solo en una cuna, llorando. Porque lloró, eso le dijeron las enfermeras a O. Que tenía buenos pulmones, o algo así. Pobrecito. Y yo llorando en la habitación. El uno llorando por el otro separados por la ignorancia y los protocolos. Qué absurdo todo.

A la mañana siguiente estaba deseando verle. Le pedí a O. que se adelantara mientras yo desayunaba, no sé si le pedí que me trajera algo de la cafetería, no recuerdo. El caso es que al volver me dijo que se lo llevaban a otro hospital. ¿¿Qué?? Sí, se lo llevaban para hacerle... ¡Una ecografía! Esta es otra de las cosas que nunca entenderé, por lo visto la pediatra (que ahora tengo claro que era un poco acojonada) llamó al Gregorio Marañón (uno de los mejores hospitales de Madrid en cuanto a cuidados intensivos neonatales, uno de “los grandes”, vaya) y desde allí un cirujano pediátrico, creo, le dijo que quería ver al niño. Supongo que la ecografía podrían habérsela hecho en mi hospital de referencia pero le trasladaron para que le evaluaran allí. Una vez más, quiero pensar que lo hicieron todo por razones de peso y no por el capricho de unos pocos médicos, porque trasladar a un recién nacido tiene sus riesgos.

Fui corriendo a verle (y a firmar el consentimiento) y al entrar... La nave espacial estaba allí dentro ya (la supermegacuna en la que le acoplaron para meterle después en la UVI móvil). ¡Qué impresión! Parecía que se lo llevaban al espacio... Otra vez empecé a llorar (¿había parado en algún momento?) y una de las chicas de la ambulancia me empezó a explicar todas las precauciones que tomaban, lo seguro que iba a estar... Yo vi un chupete en su cuna: -no le déis chupete, por favor, es que prefiero que no lleve. -Bueno... no es tan fácil, dijo ella, y torció el gesto. Me sentó como un tiro. Ahora pensándolo, veo que mi niño no tenía su teta y entiendo que ellas quisieran calmarle con chupete. Ahora agradezco que se lo dieran, supongo. Mejor eso que dejar que llorara. Ahora que sé que la lactancia fue bien. Pero en aquél momento mi mayor miedo era que el chupete nos lo pusiera todo más difícil aún. Da igual, supongo que durante la noche en neonatos también se lo ofrecieron. (Después nosotros no se lo volvimos a ofrecer, hasta los 4 meses que decidimos probar porque empezó a quejarse más por todo. Cosas de la edad, algo totalmente normal. Nunca lo quiso).

Y se fue, y le vi irse, alejarse por el pasillo, sin saber cuándo volvería. Me habían dicho que lo antes posible. O. se fue en el coche a la vez que la ambulancia, con su padre y con el mío. Y yo me quedé con mi madre y con mi suegra, en la habitación, deseando estar sola, sintiéndome como una mierda, absolutamente destrozada, incompleta, echando muchísimos de menos también a mi pareja.

Por supuesto les dije a todos mis amigos lo que había pasado, no quería visitas. Mi madre se encargó de la familia.

En algún momento pedí un sacaleches. Nadie me hizo caso y al final, harta, me estimulé un poco a mano. Gotas de calostro iban cayendo en un pañuelo de papel. Desperdiciadas.

Recibí una llamada. Era el padre de O. Lloraba y me decía que lo había visto y que era precioso (era la primera vez, claro, hasta entonces sólo el padre y yo le conocíamos). Yo no quería hablar con él, no quería oírle llorar, era como si sólo yo tuviera derecho a llorar, no me conmovía, me sentía incomprendida, pensaba: ¿y para eso me llamas? Le pasé el teléfono a mi suegra y luego yo hablé con O. Leo estaba en neonatos y habían pasado a verle los abuelos. Creo que O. vivió su aventura particular en el Marañón recorriendo pasillos detrás de Leo. Para él fue todo un caos, todo iba muy rápido, se pasó 24 horas detrás de las personas que se llevaban a su hijo de un lado a otro intentando entender qué pasaba, atendiendo a las explicaciones supongo que nada aclaratorias para él, también herido por supuesto. Sólo que él no tenía tiempo de llorar.

Leo estuvo unas 4 horas fuera. Por suerte todo fue muy rápido y a la hora de comer estaba de vuelta. Cuando se fue cayó una buena tormenta, situación ideal para trasladar en ambulancia a un recién nacido por la autopista... Y os prometo que cuando recibí un mensaje de O. diciendo que ya volvían, cesó la tormenta y salió el sol. Fue mágico.

Le llevaron directamente a neonatos de nuevo, ya en el hospital donde estaba yo, y O. fue con él. Me trajo el parte: tenía que ir yo a darle el pecho allí, y luego esperar un poco. Si no le sentaba mal, me lo podía llevar. Órdenes de la pediatra “meacojonoportodo”. Allí me fui sin dudarlo, le cogí, me senté en una silla, me lo puse lo pecho... y mamó.

Y ya. Tan fácil, tan sencillo, tan natural. Mamó y luego se durmió en mis brazos. Y allí me quedé esperando órdenes, sin prisa, hasta que una enfermera casi que me echó de allí. Perfecto.

Serían casi las 18 horas del 31 de octubre. Mi hijo había nacido a las 19:30 horas del día 30. Había que recuperar un día entero, su primer día, el más importante... Y Leo se aplicó. Desde entonces la teta, los brazos y el fular eran su refugio. Siempre pegado a mamá. Despierto y dormido. Por suerte para los dos.

El puto quiste resultó ser un quiste hepático que se reabsorbió solito. A los dos años no quedaba ni rastro de él. Por lo visto podría haber sido un quiste en otro sitio más chungo que habría que haber operado, pero con una resonancia se terminó de aclarar todo.

Esta historia está llena de “y sis”. Si yo no hubiera tenido que hacerme una eco en la semana 38, lo más seguro es que el quiste hubiera pasado desapercibido. Nunca jamás nos habríamos enterado de su existencia. La diabetes gestacional me hizo la puñeta.

Si la pediatra de mi hospital no hubiera sido tan acojonada, si hubieran pensado un poquito en mí y en el bebé y en lo importante que era no separarnos... Si hubieran accedido a hacer una ecografía en mi hospital... Si ese médico del Marañón se hubiera metido la lengua en el culo... Que digo yo que una ecografía se puede enviar por e-mail, ¿no? ¡O por mensajero si hace falta!

Sé que mi hijo sufrió mucho, sé que lloró, se que debió experimentar mucho estrés, solo una noche entera, su primera noche fuera del útero, sin apenas haber “catado” a su madre... Solo en un ambulancia, solo entre médicos que le hacían pruebas y le tocaban sin amor...

Mi único consuelo es que antes de que todo esto pasara tuvimos tiempo de abrazarnos y sobretodo de establecer contacto visual, un contacto visual arrollador, brutal, intenso, que no olvidaré jamás. Antes de que nos separaran, como dije en el relato de mi parto, tuvimos tiempo de enamorarnos.

Y así seguimos. :-)

Feliz maternidad.


(Nacimiento de Leo I, II y III pinchando en los números correspondientes).

domingo, 1 de febrero de 2015

Cosas que dicen (II)

Con los 4 años de Leo ha llegado una etapa divertidísima, que es la de hablar con tu hijo dejando que la conversación alcance cotas hipersurrealistas, o simplemente descojonarte con sus ocurrencias o abrir la boca o dejar que se te caiga la baba... Leo se expresa bastante bien y eso unido a su inocencia de niño da como resultado muy buenos momentos.

El otro día le voy a buscar al colegio. Llevaba una falda que no uso demasiado, de colores claros y con mucho vuelo. Mi hijo, con una voz llena de admiración, sorpresa y alegría me dice:
-¡Mamá, pero qué guapa estás con esa falda! ¡Me gusta muchísimo! ¿Por qué no te la pones más?

 En el centro comercial este fin de semana; se ha subido ya dos veces en los coches y ve los animales peludos ésos en los que te montas y que van con batería, supongo. 2 € unos minutos. Le digo que no puede montarse porque no tenemos dinero. -¿Pero cuánto vale, mamá? -Dos euros, Leo. -¿Y no tienes dos euros? -No, Leo, para esto no. Entonces ve a un niño delante de él montado en uno y exclama: -¡mira mamá, ese niño tiene dos euros!

Leyendo el cuento Algún día ("me gusta mucho este cuento mamá, ¡es que me gusta muchísimo!"), me dice que él quiere ser una mamá también y tener una hija.

-Pero Leo, en todo caso serás un papá, no?
-Ah claro, es verdad, porque yo soy un niño, que no me daba cuenta -me dice risueño. Muchas veces utiliza la frase "no me daba cuenta" o "me he equivocado". Me encanta porque lo dice siempre riéndose o al menos sin avergonzarse de ello.
-Pero es que -continúa- yo quiero ser una mamá como ésta. Y señala la del cuento. -Bueno... no, yo quiero ser una mamá... ¡como tú!

Ahora está muy maternal, coge a sus bebés y los abraza, los acuna, les lleva en brazos de un sitio a otro... Hoy me ha dicho que yo era la mamá y él el papá. Primero lo cogía uno y luego otro, yo le daba teta, él lo dormía... Luego me ha dicho que él era la mamá y yo el papá. Lo tenía yo en brazos y me lo ha pedido. Mientras lo cogía decía en voz baja: -prefiere estar con mamá. 

Hace poco, jugando a lo mismo, él era la mamá y yo la abuela. -Y tú vienes a verle, ¿vale? -Vale, decía yo. Iba, saludaba, preguntaba si podía coger al bebé (a veces me lo daba Leo directamente), y cuando lo tenía unos segundos en brazos me decía: -Ya. ¿Me lo das? Lo siento, es que quiere estar con su mamá. Y lo cogía y le susurraba: -ya ya ya...

¡Os prometo que yo no he hecho eso con Nora! Con él sí lo hacía, ¡jajaja!

Y es que Leo se ha convertido en un niño muy cariñoso, nos da besos y abrazos muy a menudo y se le ve muy muy feliz. Estoy muy contenta con su evolución, las rabietas siguen pero son menos y y un poco menos intensas. Sigue llorando y enfadándose mucho pero es consciente de ello y creo que no le gusta. Intenta superarse aunque su intensidad, su ira y su hipersensibilidad se lo ponen difícil. Y sus padres a veces también, porque nos estresamos y potenciamos todo lo malo. El gran círculo vicioso. Pero él madura, a su ritmo, poco a poco pero madura y se le nota; cada vez es más comprensivo, ahora ya cuenta algunas cosas del colegio (el año pasado nada en absoluto). Hemos superado ese primer año de escolarización tan difícil, con tanta presión y ansiedad, que se reflejaba incluso en terrores nocturnos. Ahora sale del colegio dando saltos de alegría y diciendo que se lo ha pasado muy bien, y esa alegría le dura, no como en primero de infantil, que antes de llegar a casa ya había tenido su primer berrinche. Y hace poco me acordaba de que hace ahora un año no era capaz de andar sin protestar más de 15 metros. Lloraba y lloraba pidiendo brazos, decía constantemente que estaba cansado, la silla había desaparecido de su vida a la fuerza porque si no no daba ni un paso... Y ahora corre y anda y vuelve a correr sin decir nada... En todo caso algo como: 

-Mamá, ¿a que he andado mucho y no me he cansado nada? No he dicho ni una vez "mamá, estoy cansado", porque no me he cansado porque yo soy mayor, y por eso no me canso.

Sus razonamientos son así, muy "circulares", muy reiterativos y muy explicados con mucho detalle, jajaja.


Pero lo mejor, con diferencia, que me ha dicho últimamente es esto:

-Mamá, ¿sabes qué? Que yo quiero mucho a Nora. La quiero hasta el infinito. Y, ¿sabes? El infinito está muy lejos, en el cielo. A ti también te quiero mucho, ¿eh? Pero a Nora más, porque la quiero hasta el infinito.