lunes, 29 de febrero de 2016

Sombras

 

Cada vez leo más frases (por ahí, por las redes sociales, por blogs, por los wassaps de amigas...) que relacionan la maternidad con la pérdida de la cordura. Hay algo en ser madre, en nadar en las aguas más profundas de la maternidad, que te hace volverte loca, perder el control, explotar en mil emociones encontradas (en realidad en tres o cuatro). 

No todas las madres sienten esto... creo yo. Me da la impresión de que esto sólo pasa cuando te has dejado llevar, cuando no has hecho caso a esa manida frase que dice que no permitas que un hijo te cambie la vida...

El amor que siento es muchas veces parecido a ese amor de adolescente arrebatada, es de ese que duele, del que te hace llorar... y del que te hace sentir que ahora sí, tu vida tiene sentido. 

Ese amor realmente es un poco mentira, pero cuando lo experimentas por un hijo es diferente. Porque los niños son mágicos, sinceros, extraordinarios y siempre perdonan, y siempre olvidan, y aman de manera incondicional... como ningún adulto sabe hacer.

Últimamente mi hijo me duele demasiado. Me hace perder demasiado la cordura. Temo tanto por él... Tengo miedo a que no sea lo que yo quiero que sea, y quiero que sea eso que yo creo que es lo mejor para que nadie le haga daño y para que pueda ser feliz. 

Ahora tiene más recursos para desobedecer, contestar... Ahora se enfada mejor, tiene más frases lapidarias... Ahora se rebela más y a mí se me remueven todos mis cimientos... 

¿Qué hacer? 

Es puro impulso, pura pasión, ¿y cómo enseñarle que a veces es mejor contenerse, que a veces hay que respirar hondo tres veces? ¿Que no es tan importante? ¿Que esas emociones desatadas, libres, son dañinas para los demás porque provocan acciones dañinas? ¿Qué hago cuando pegue a su hermana, cuando nos conteste sin ningún respeto? Todo mi ser me empuja a "enseñarle", a "educarle", a repetirle que eso está mal. 

Pero eso no sirve. Al menos no en él. Al menos no todavía.

Me enfado, me enfado mucho, le pido que obedezca, pero no lo hace... no lo hace nunca.

Así no le ayudo. 

Intuyo lo que necesita.

Más amor. Más atención. Más exclusividad. 

Más libertad. Más entretenimiento, más motivación.

¿Pero cómo dárselo cuando yo estoy bajo mínimos, sin reservas?

Más calma. Más paciencia. Más respeto.

Tengo que recordarme a mí misma: no gritar, no perder los nervios, no trasladar mis miedos, no reflejar en él mis inseguridades... No devolverle eso que me remueve por dentro con sus actos, porque sus actos son suyos, son presente y son inocentes. Eso me repito.

Es pequeño y no quiero enseñarle ya a tragar, a esconderse, pero me gustaría tener la certeza de que aprenderá a sentir empatía, de que respetará a los demás en el futuro.

A veces veo muy claro que no es capaz, y que le presionamos y hacemos que se frustre. A veces pienso "¡pobre!", y me compadezco realmente de él. 

Sólo quiero darle amor... pero a veces me siento vacía y sólo quiero huir, que nadie me necesite. 

Sólo me pasa con él, con ella no. Sé que él es especial. Él despierta mis sombras y ella mi luz... 

Mi niño. Mi niño intenso, mi niño insondable, mi niño-opuesto... Te quiero tanto.